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Carta de Sor Clara, hija de Favarone...
(Escrita alrededor de 1250) |
||||
Clara
de Asís
¿fue engañada por San Francisco? |
||||
...a
la hermana Nuria, hija de Meroño
(Recibida alrededor de 2003) |
||||
Un esbozo de la participación de las mujeres en los movimientos religiosos
de los siglos XII -XIII
después de la lectura de Vida de san Francisco de Raoul Manselli (Editorial Franciscana Aránzazu. Oñati (Guipúzcoa) 1997) |
Clara de Asís, humilde e indigna sierva de Jesucristo y servidora inútil
de las damas pobres recluidas del monasterio de San Damián,
a Nuria, hermana estimadísima, a quien desea que, con las otras santas
vírgenes, pueda cantar el cántico nuevo ante el trono de
Dios y del Cordero y seguir al Cordero a dondequiera que vaya.
¡Paz y Salud! (1)
¡Cómo te envidio! Me llegan noticias de que haces "vida itinerante"... y que te sientes viva y feliz como una mariposa en pleno verano.
¿No es esto lo que yo deseaba y no este vivir "clavada" entre las cuatro paredes de este monasterio de San Damián?
¡Cómo me dejé engañar por aquel xitxarel·lo
de Francisco! Desde un primer momento, en aquellas conversaciones a medio
escondidas (2),
le dije bien claro lo que yo quería: "vivir
según la forma del santo evangelio” (3),
la manera de vivir de Cristo y de los apóstoles. Después
él se inventó que yo y mis compañeras habíamos
elegido "vivir según la perfección
del santo evangelio". ¿De dónde
se sacó él que este vivir mujeres solas encerradas -algunos
días es un verdadero infierno- es la "perfección" del evangelio?
(4)
En aquel tiempo todo el mundo sabía (no era necesario ser un "doctor de París") lo que quería decir "vivir según la forma del santo evangelio". No sólo se sabía, sino que mucha gente lo hacía. Y las mujeres también. "Vivir según la forma del santo evangelio" era el grito de rebeldía, surgido en el pueblo cristiano, contra lo que llamábamos corrupción de la iglesia, desde el papa hasta el último cura de pueblo, pasando -no podemos olvidarlos- por los monasterios que, como señores feudales, vivían, bien alimentados, del trabajo del pueblo. (5)
Era el "grito de guerra" de todos aquellos que no creíamos en las reformas intentadas desde arriba, que inevitablemente conducían a una mayor clericalización de la iglesia (6). Era el grito de los laicos, de los hombres y mujeres que creían que, por el bautismo, ya eran discípulos de Jesús al cien por cien. No era necesario dar muchas vueltas a los evangelios: abrieras por donde los abrieras, siempre encontrabas lo mismo: "Ves, vende lo que tienes y dáselo a los pobres" (Mt 19, 21), o esta otra: "No os llevéis nada para el camino: ni pan, ni alforja, ni dineros" (Mc 6, 8). Y a la tercera: "El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mt 16, 24).
Si ahora pudieras verme, verías como una risita en mi rostro...
Me es tan difícil sonreir dentro de estos muros, ¡enferma desde hace más de veinticinco años! (7) Nadie se ha dado cuenta todavía que todas estas enfermedades no son más que la rebelión de todo mi cuerpo por no haberme atrevido a huir -una segunda vez- de estos muros que me retienen prisionera. Fue, ciertamente, un momento de debilidad, pero cambié el evangelio por la regla de san Benito) (8)
...pensando como Francisco
-antes que a mi- ya había enredado a Bernardo de Quintavale (9),
un rico hombre de Asís, y a Pedro Cattani (10),
un sacerdote. ¡Qué juegos de manos! ¡Abrir tres veces
los evangelios al azar y que salieran los tres textos que le iban bien!
Y aquellos dos se creyeron que Dios les había hablado... (11).
Bernardo, mientras tuvo fuerzas, como si yo fuera una parte de la herencia
que le había dejado Francisco, me venía a ver muy a menudo.
Me veía enferma, pero nunca me hablaba de los médicos. Cuando
se hacía el silencio entre nosotros dos, yo ya sabía lo que
le atormentaba: se sentía culpable por ho haber tenido el coraje
de defender, delante de Francisco, mi vocación. ¡Qué
fácil le era desaparecer en los momentos críticos...! (12)
Incluso yo, muchacha de una familia noble (13)
de una ciudad de Umbría, había oído hablar, cuando
mi padre se honraba invitando obispos y abades a compartir su mesa, de
la existencia de diversos grupos que, hombres mezclados con mujeres, recorrían
nuestras vecinas comarcas (14)
predicando en pobreza, criticando la riqueza de los clérigos y de
los monjes, la palabra del evangelio (15).
Hablaban de ellos con un cierto desprecio y alguna vez -aquel día
la comida me sentó mal- un obispo, con un cierto orgullo, explicaba
cómo había enviado hombres y mujeres a las hogueras (16).
¡Eran las hogueras y no estas paredes de San Damiano lo que mi corazón
deseaba!
Antes de escuchar el semón de cuaresma de
Francisco (17)
(algunos se piensan que fue él quien me abrió los ojos) yo
ya sabía que unos cuantos años antes de que él naciera,
un rico mercader de Lyon de Francia había dejado mujer e hijas,
había repartido entre los pobres lo que teníaa y se había
dedicado a predicar el evangelio. Muchos,
hombres y mujeres, lo siguieron: eran los valdenses (18).
También sabía quiénes eran los cátaros (19)
y cómo tenían una noche iniciatica (20)
. Cuando, en la mesa, se hablaba
de la cueva de los herejes, yo sabía que se hablaba de Milán (21)
y de los “Humilliati”(22),
los cuales -imitando la “ecclesiae primitivae forma”-
vivían juntos hombres y mujeres, solteros y casados, ganándose
la vida con el trabajo de la lana.
Un dia que durante la comida mi padre protestaba contra estas "cosas modernas", un monje le explicaba que aquellas cosas no eran tan modernas, y que ya en el siglo pasado un cierto Roberto de Arbrissel, hijo de un sacerdote, sacerdote él también, fracasado reformador del clero de su propio país, arrastraba después de cada sermón que hacía una tal cantidad de gente, hombres y mujeres (éstas siempre más numerosas), que, abandonando la familia, lo seguían formando una comunidad nómada (23). Según aquel buen monje, doncellas jóvenes como yo lo seguían, junto con auténticas madres de familia y -bajando la voz como si intentara que yo no lo oyera- prostitutas.
Ya ves, pues, envidiada hermana, lo que yo quería y deseaba... No sé en qué momento Francisco me engañó...
No te creas -ya sé que no lo harás- que ahora, hablando de "sentirme engañada por Francisco", esté pensando en aquella señora de Roma, sin la cual él, como desesperado, no se quería morir...(23b) La verdad es que cuando la vi al lado del féretro (23c) cambió mi rostro. ¿Fueron imaginaciones mías o llegó hasta mi el cuchicheo de una de mis monjas a su compañera: "¡Mira! La cara de nuestra Eloísa" (23d) (No era la primera vez que llegaba hasta mi -como escapándose a través de los muros- este nombre). Después supe que fueron las manos de esta mujer las que lavaron y amortajaron su cuerpo. (23e) ¿Qué estigmas le dejaron para toda la eternidad?
Nunca he querido pensar que aquella noche, cuando huí de mi casa (24), yo ya estaba engañada. Cuando me siento engañada, sólo desearía una cosa imposible: que lo que ya está hecho, nunca hubiera sucedido..., que yo nunca hubiera tenido la frivolidad de explicar mis sueños. Ya puedes suponer a qué sueño me estoy refiriendo... (25)
Aquella primera noche, en Santa María de la Porciúncula -ya sabes todo lo que allí hicimos- fue para mí una noche de iniciación: las antorchas, el cambio de vestidos, la cabellera cortada, el ceñidor de los penitentes... (26) Cuando me vi rapada y vestida como uno de ellos, ya me veía, compartiendo de lleno, con todos ellos, la vida según la forma del santo evangelio. ¡Ay! ¡Ni un solo día me duró esta vida según la forma del santo evangelio!! (27)
Si hubiera seguido a Pedro Valdo, ahora no te escribiría esta amarga carta... El tenía muy claro que hombres y mujeres estábamos llamados, con los mismos derechos, a una misma vocación.(28) Nunca me hubiera negado el derecho a la predicación ni mucho menos esto que tú haces ahora de hablar, "sentada sin más junto al pozo" -para recordar una vez más la "forma sancti evangelii" (Jn 4, 6)-, con hombres y mujeres del pueblo.
Ahora, cuando doy vueltas a lo de aquella noche, me digo que quién realmente salió triunfador fue el señor Bernardone, a quien Francisco -desnudándose en público- le había negado el derecho de paternidad. Pocos han sabido ver lo que aquella noche pasó. A extramuros de la ciudad, a la luz de las antorchas, un grupo pretendidamente marginal, rubricaba el cambio de las estructuras sociales de la ciudad. El hijo de un rico comerciante tenía, a sus pies y de rodillas, a la hija de un noble. A partir de aquel día el señor Bernardone adoptaba unos nuevos aires cuando pasaba por las calles de nuestras nobles mansiones de Asís.
A mi, como una de tantas cosas de «usar y tirar», me dejaron tirada -no era necesario que las mujeres formaran parte del mundo nuevo- en el monasterio de monjas benedictinas. Ya sabía él que me había dejado encerrada contra mi voluntad (28b).
Hermana, te envidio, pero esta envidia no es ningún pecado. Mi pecado, el que arrastro desde hace más de cuarenta años (¿o es él el que me arrastra a mí?) es no haberme atrevido, a la primera vez que Francisco vino a verme a las benedictinas de San Pablo, a hacer con él lo mismo que él hizo con sus dos primeros compañeros: agarrar los evangelios, abrirlos, como si fuera al azar, y leer muy claro: Id a las salidas de los caminos, y a todos los que encontréis, llamadlos... (Mt 22, 9). También tendría preparada una segunda frase: "¡Id!, mirad que os envio como corderos en medio de lobos... (Lc 10, 3). Y si él, haciéndose el devoto de la Santísima Trinidad (29), tenía una tercera frase, a mi no me hubiera costado mucho tenerla preparada: Id y haced discípulos de todos los pueblos... (Mt 28, 19).
Te envidio; no por lo que ahora haces, sino por tu valentía de tantos años de ir dejando "paredes religiosas" para ir a vivir a "las salidas de los caminos". No sé si serán los años o si serán las enfermedades, pero ahora, cuando ya estoy acabando esta carta, me digo que aquella muchacha que una noche del domingo de Ramos huía de casa de sus padres es la que hoy, setecientos cincuenta años después de su muerte, camina por unas tierras de las cuales nunca se había hablado en la mesa de Favarone.
Roguemos a Dios la una por la otra, y así, ayudándonos mutúamente a llevar el peso de la caridad, observaremos mejor la ley de Cristo. Amén. (30)
Gracias por la visita
Miquel Sunyol sscu@tinet.org Julio 2003 |
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Las notas que vienen a continuación, si no se dice lo contrario, están extraídas de "Vida de San Francisco de Asís", de Raoul Manselli. (Editorial Franciscana Aránzazu.
Oñati (Guipúzcoa) 1997)
Las imágenes están "robadas" de diversos "sites" franciscanos
Es posible que, después de la lectura del libro de Manselli, otros lectores redactaran la carta de Clara en otros términos. Raoul Manselli intenta explicitar las razones por las cuales Francisco "engañó" a Clara en las páginas 154-165
(1) | Expresiones que encontramos en los encabezamientos de diversas cartas de Clara. | |
(2) | Clara no podía ignorar que, después del viaje [de Francisco y sus primeros compañeros] a Roma (1209-1210),
uno de sus primos, Rufino, había pasado a formar parte del grupo
de compañeros que se habían reunido alrededor del mercader,
convertido en marginado y penitente.. Es probable que gracias a Rufino
fuera posible el encuentro entre Francisco y Clara. "Clara
-cuenta
su biógrafo, quien resume los datos ofrecidos por el proceso de
canonización-
oyó hablar por entonces de Francisco, cuyo nombre se iba haciendo
famoso y quien, como hombre nuevo, renovaba con nuevas virtudes el camino
de la perfección, tan borrado en el mundo. De inmediato quiere verlo
y oirlo, movida a ello por el Padre de los espíritus, de quien tanto
él como ella, aunque de diverso modo, habían recibido los
primeros impulsos. Y no menos deseaba Francsico, entusiasmado por la fama
de tan agraciada doncella, verla y conversar con ella"
(LCl 5). Los encuentros tuvieron lugar en el mayor de los secretos, como
si de dos enamorados se tratara: Clara salía a escondidas de su
casa para encontrarse con Francisco, haciéndose acompañar
de una mujer de confianza, Bona de Guelfuccio; por su parte, Francisco
no iba solo, sino con uno de los hermanos de los "abruzos", Felipe Longo,
nativo de Atri.
(Pág. 160s).
|
|
(3) | Esta
expresión que aparece en el "Testamento"
está calcada de otra mucho más antigua: "ecclesiae
primitivae forma", la cual inspiró, con la formación
del imperio romano-cristiano, la creación de una serie de grupos,
orientados a vivir la perfección ascético-individual: vida
comunitaria de los monjes bajo la dirección de un abad y práctica
de una "pobreza personal"(renuncia a toda propiedad individual), mientras
que el monasterio, en cuanto tal, podía poseer bienes, con los que
atender a la vida de los monjes. Esta situación exponía el
fenómeno monástico a las críticas de los fieles, que
le reprochaban una pobreza aparente y no real. El monasterio era rico,
aseguraba a todos los monjes lo necesario y evitaba todo riesgo de hambre
y de miseria real (Pág. 83).
La pobreza monástica, que tenía como modelo la de la primitiva
comunidad de Jerusalén, había dado ocasión a las críticas
del mundo religioso del siglo XIII (no sólo de parte de los herejes,
sino también de parte de hombres de iglesia, de virtud eminente):
se la acusaba de ser más aparente que real: no seguían la
verdadera pobreza que vivieron Cristo y los apóstoles (Pág.
89). El monje, lo repetimos para señalar
claramente la diferencia, era pobre personalmente y renunciaba, como se
decía en el lenguaje de la época, al proprium, pero no al
commune, es decir, a todo lo que poseía el monasterio. Francisco,
siguiendo lo que él consideraba el ejemplo de Cristo y de los apóstoles
en el Evangelio, renunciaba al proprium y al commune: su
pobreza era total, sin excepción de ningún género.
No es por casualidad que, al esclarecer el sentido y el alcance de su conversión,
se haya subrayado que no se trataba únicamente de un hecho económico
o religioso, sino también de un cambio de estado social. Clérigos
y monjes habían de tener de qué vivir, no corrían
peligro de hambre ni de inseguridad en la vida cotidiana. Francisco, al
rehusar toda seguridad, afirma la verdadera pobreza, que para él
es y debe ser total, como la de Jesús, quien decía que el
Hijo del hombre no tenía dónde reclinar su cabeza (Mt 8,
20), y se confiaba a la Providencia divina, como los lirios del campo y
los pájaros del cielo (Mt 6, 25-29).
(Pág. 91)
|
|
(4) | Puede
parecer una sutileza la distinción que ahora queremos hacer notar
entre el "vivere secundum perfectionem sancti
evangeli" que encontramos en este escrito para Clara, y la otra
fórmula, más tardía, pero que es presentada en el
Testamento como recuerdo de un tiempo anterior, "vivere
secundum formam sancti evangeli". La diferencia de estas dos
expresiones no es casual, porque permite precisar y definir cómo
la vida evangélica, que debían seguir unos y otras, se articulaba
de dos formas, derivadas del hecho de que los "hermanos" de Francisco
son diferentes de sus "hermanas" en razón de la diversidad
de funciones y realidades que unos y otras debían vivir y manifestar
en la iglesia. Francisco y sus hermanos habían escogido el modelo
del Evangelio, es decir, la vida de Cristo y de los apóstoles, itinerante,
insegura, sin ninguna garantía para el mañana; habían
renunciado a todo privilegio, a toda posible salvaguardia, eran marginados
voluntarios, dispuestos a cualquier sacrificio, siguiendo el ejemplo de
Cristo. Seguir la forma sancti evangelii, el modelo evangélico no
era posible, como se ha dicho, para Clara y sus hermanas: la vida evangélica
deberá ser para ellas no imitación y repetición de
la de Cristo, sino ideal de perfección, que siempre han de tener
presente.
(Pág. 169)
|
|
(5) | Incluso
el monaquismo, que desde los cluniacenses a los cistercienses había
sido una de las fuerzas creadoras de vida y forjadoras de la civilización
europea, parecía no responder, o al menos no lo suficiente, a lo
que los tiempos exigían de él: eran precisamente sus planteamientos
institucionales los que le exponían a la crítica de todos
los que -herejes sobre todo, pero no solamente ellos- lo acusaban de vivir
una pobreza aparente y no efectiva; y había quienes le echaban en
cara su ausencia de actividad pastoral (en estos decenios fue la viva discusión
entre clérigos y monjes acerca de la cura de almas), mientras se
ironizaba en torno a la vida contemplativa, y los que la vivían
eran considerados como papelardi, esto es holgazanes parásitos,
explotadores ociosos del trabajo ajeno.
(Pág. 24)
|
|
(6) | La siguiente afirmación del Prof. Juan José Tamayo: Uno de los objetivos de todos los movimientos medievales de reforma es la desclericalización del cristianismo, porque el clericalismo es visto como una de las más graves perversiones y posiblemente uno de los fenómenos más traumáticos que han desfigurado el rostro de la iglesia y han cambiado su rumbo, debería ser matizada, como me indica una amiga internetera, perteneciente a la Iglesia Reformada de Francia: La reforma gregoriana, que es medieval, no tiene nada de "desclericalización". Más bien es todo lo contrario: trata de imponer la clericalización a toda la sociedad. Pensemos en el celibato impuesto a los sacerdotes seculares (leer a Roberto de Arbrissel) | |
(7) | Les différentes maladies dont elle souffre durant près de trente ans ne l'empêchent pas de se dévouer sans partage à ses religieuses. ("Petite litanie des saints") | |
(8) | Clara
tuvo que aceptar el acomodarse a la Regla de San Benito, ya que el IV Concilio
de Letrán (1215) prohibió la redacción y aprobación
de nuevas reglas monásticas. Incluso tuvo que aceptar, a sus veintiún
años, el cargo y título de abadesa (Francisco la hubo
de convencer). De todas maneras consiguió del papa Inocencio III
la aprobación del "Privilegio de pobreza" (1215), según el
cual el monasterio no podía tener posesiones y se había de
mantener del trabajo y de la limosna. Su propia regla fue aprobada por
la bula Solet annuere, que un hermano
menor, mensajero del papa, le entrega el 9 de agosto de 1253, dos días
antes de su muerte.
Francesc d'Assís - Clara d'Assís. Escrits. Ed. Proa.
pág 167 |
|
(9)
|
El
primero de los que le siguieron, de acuerdo con la mayoría de las
fuentes, fue un alto personaje de Asís, hombre rico y poderoso,
Bernardo de Quintavale. Se acercó a Francisco, le confió
su intención de unirse a él y tomar su mismo hábito;
le pidió, con todo, que fuera una noche a su casa para conversar
con él (detalle que, por recordar el pasaje evangélico de
Nicodemo,
tendríamos que aceptarlo con reservas). En todo caso nos da a entender
que Francisco estaba bajo sospecha, de modo que era acogido sólo
cuando no había ojos extraños que lo espiaran y alimentaran
habladurías públicas. Nunca olvidó Francisco que Bernardo
había sido el primero en seguirle; por eso tuvo para con él
una predilección particular y, a su muerte, le nombró su
continuador ejemplar en la vida de la Orden de los Menores.
(Pág 82)
|
|
(10) | Al
mismo tiempo que Bernardo, o inmediatamente después, con la llegada
de Pedro Cattani, tiene comienzo la fraternitas en torno a Francisco. Pedro
Cattani era sacerdote. ¿Cómo había de integrarse en
la comunidad y, más en concreto, qué autoridad podía
ejercerse sobre un hombre de iglesia que quería vivir en penitencia
ejemplar propuesta y presentada por un laico o, más en general, qué
relación podía establecerse con él? Esta dificultad,
que en ningúna época de la historia cristiana hubiera sido
pequeña, resultaba especialmente aguda al inicio del siglo XIII,
cuando la autoridad del mundo clerical tenía, a todos los niveles,
un relieve y una preeminencia indiscutibles y nunca superados, ni antes
ni después.
(Pág 82)
|
|
(11) | Afirma
la Leyenda de los tres compañeros
que, no sabiendo a qué atenerse, especialmente Bernardo y Pedro,
los tres se dirigieron a una iglesia con el fin de practicar un rito, entonces
en uso y que venía de la antigüedad cristiana, denominado sortes
apostolorum. El rito consistía en implorar con la oración,
la asistencia divina y en abrir después, al azar, el libro de los
Evangelios para leer los pasajes que aparecieran y aplicarlos, seguidamente,
a la situación concreta para la que se había pedido la iluminación
de Dios. Hay que precisar que reiteradamente, antes y después de
la época de Francisco, la Iglesia había intervenido para
desaconsejar y condenar este rito como supersticioso. Había sido
inútil, lo mismo que respecto a otra práctica, utilizada
no menos frecuentemente, llamada juicio de Dios.
(Pág. 87)
|
|
(12) | Una
vez decidido el viaje a Roma, a punto de partir la pequeña "fraternidad",
Francisco dispuso que se eligiera un jefe que les guiara según le
pareciera. Todos eligieron al hermano Bernardo...
(Pág 104). En cuanto llegaron
a Roma, ante los cardenales y el papa, no es Bernardo sino Francisco quien
actúa en primera persona como jefe... No es casual el que Bernardo,
escogido como jefe de aquella pequeña comunidad, desaparezca, por
así decirlo, en seguida, ocupando su puesto precisamente Francisco,
que fue quien expuso "regalmente", como dice Dante, su "dura intención"
a Inocencio III... (Pág. 105).
Ante el pontífice, los compañeros de Francisco, incluso Bernardo,
jefe del pequeño grupo, desaparecen.
(Pág 112)
|
|
(13)
|
Su
familia, sin tener derecho al título de condes, que le atribuyó
la tradición al identificarla con la de los Scifi, pertenecía
con seguridad a la clase dirigente de la ciudad y desde hacía mucho
tiempo su padre Favarone tenía una amplia parentela que le permitía
actuar con energía en la ciudad de Asís y de gozar de un
notable prestigio. A la elevada posición social correspondía
una situación económica no menos prestigiosa, ya que su madre,
Ortolana, también de una gran familia, se había podido permitir
realizar una peregrinación a Tierra Santa y otras, en varias ocasiones,
a Roma y a San Miguel del Monte Gárgano, dos metas características
para los habitantes de la Italia cental. Podemos, pues, afirmar que se
trataba de una típica familia de la nobleza ya consolidada, aunque
ciertamente no muy elevada; llevaba una vida religiosa intensa, si bien
no precisamente intensísima. Clara [la hija mayor] nació
entre 1193 y 1194; tenía, por tanto, alrededor de once años
menos que Francisco. Como se atestigua en el proceso de canonización,
durante su infancia y su primera juventud poseyó, por una
propensión natural a la vida religiosa, una piedad ejemplar, de
la que nos gustaría conocer sus raíces íntimas. Externamente,
por lo que resulta, su vida fue la de una joven noble y rica, como tantas
otras de su condición y de su época; era -también
esto parece poder afirmarse- una de las más elegantes y agraciadas
de su edad.
(Pág 159)
|
|
(14) | Por
lo que sabemos de la existencia de valdenses y cátaros en lo que
entonces se llamaba el "valle de Espoleto" -y que corresponde aproximadamente
al triángulo formado por Perusa, Orvieto y Espoleto-, podemos asegurar
que existía una diócesis cátara, de cierta importancia
incluso numérica, ya que Ranieri Sacconi, hacia la mitad del siglo
XIII habla de una iglesia autónoma y da indicaciones que permiten
valorar su importancia. Poco antes de que Francisco se convirtiera, en
el marco de las luchas civiles y religiosas había sido asesinado
en Orvieto por los herejes - a los cátaros se les inculpó
del acto- el podestá enviado por el papa Inocencio III, el romano
Pedro Parenzo
(Pág. 158)
|
|
(15)
|
Los
predicadores de herejías -pobres ascetas, mortificados por los ayunos,
preocupados de un respeto riguroso de la castidad, hábiles en la
difusión de ideas que fascinaban a los fieles, tal vez ignorantes,
pero sedientos de lo divino-comenzaban por poner en evidencia las faltas,
frecuentes e innegables, del clero, a la que contraponían su forma
de vida, ruda y austera. El término de referencia era, evidentemente,
la vida miserable, atormentada y perseguida de Cristo, hijo del carpintero,
odiado por los escribas y fariseos, obligado a huir de un lugar a otro
y finalmente crucificado. ¿Quién estaba más cercano
a él, el sacerdote rico o el hereje pobre? Responder era fácil,
como fácil era sacar la conclusión de que el hereje era quien
detentaba la verdad guardada durante siglos por unos cuantos elegidos y
ahora puesta a la luz, una verdad salvadora, único camino posible
de redención.
(Pág. 16)
|
|
(16)
|
San
Bernardo, que al principio dudaba entre la predicación misionera
y el "Compelle intrare", es decir, la conversión forzada
de san Agustín, se orientó cada vez más hacia una
actitud coercitiva, como se deduce de la predicación de la segunda
cruzada y, más aún, de su pequeño libro De
militia Templi, que fue el manual de la lucha armada contra los
paganos. Esta actitud de Bernardo -que en ciertos aspectos retoma y actualiza
el concepto de guerra justa, y hasta santa- tuvo un desarrollo
orgánico y articulado gracias a él (no nos atrevemos a considerarlo
como un mérito), al influjo de su personalidad, a su vehemencia
arrebatadora y a la fascinación que ejercía su palabra. La
iglesia y la sociedad cristiana del siglo XII le siguieron, abandonando
definitivamente la otra posición, la de la conversión pacífica
y lenta, que durante mucho tiempo había conservado su validez y
eficacia..
(Pág 15)
|
|
(17) | Después de su viaje a Roma (1210), Francisco predicó durante la quaresma en la iglesia de San Jorge de Asís. | |
(18) | Entre
las herejías condenadas en Verona (1184), además de la de
los cátaros, hay una que se debe recordar, la de los valdenses.
Había surgido poco después de la mitad del siglo XII en Lyon,
como la conclusión dolorosa de un dramático hecho espiritual,
cuyos aspectos esenciales no podemos pasar en silencio. Su protagonista
había sido Valdo, un rico mercader, casado y padre de dos hijas;
sorprendido por la lectura del evangelio, y/o, según parece, por
la lectura de la famosa leyenda de san Alejo, decidió abandonar
su vida de pecado. La opinión corriente en esta época consideraba
la actividad mercantil como la que conducía con mayor facilidad
a la condenación; tanto que había quienes consideraban que
el comerciante era, ya sin más, un condenado. Valdo se hizo traducir
por dos clérigos de la catedral unos pasajes del evangelio y de
los escritos de los Padres de la iglesia (tal vez, cánones). Instaló
después convenientemente a sus hijas en el monasterio de Fontevrault,
vendió sus bienes, según el consejo de Jesús al hombre
rico, para distribuir el beneficio a los pobres (Mt 19, 16-22), y se consagró
a la predicación.
(Pág. 20)
|
|
(19) | Hoy
resulta difícil imaginar la fascinación que la herejía
cátara bajo sus diversas formas pudo ejercer sobre los fieles del
siglo XII y de los siguientes. No hay que olvidar que el rigor de vida
llevado por los maestros cátaros constituía en sí
un motivo de respeto y, por lo mismo, de atracción. Hemos de precisar
que, por lo que sabemos a partir de numerosas fuentes, la predicación
era siempre y únicamente en lengua vulgar y en un tono sencillo
llano y asequible a todos; añádase a ello el hecho de que
la revelación progresiva y gradual de las diferentes doctrinas daba
a la herejía un halo de misterio, con la indicación de una
meta final, desconocida, pero verídica y segura. Revelada como absoluta
e indudable.
(Pág 17)
|
|
(20) | Por
eso había que practicar la castidad perfecta, renunciar a alimentarse
de carne, de huevos, de leche y de todo otro alimento proveniente de la
unión sexual, y recibir la imposición de manos, un rito de
iniciación que correspondñia de algún modo al bautismo
y a la consagración sacerdotal.
(Pág. 16)
|
|
(21) | Los
herejes encontraban un importante apoyo no solamente en Francia, sino también
en las ciudades italianas, por muy aliadas al papa que estuvieran en la
lucha contra el emperador Federico Barbarroja. Baste el ejemplo de Milán,
el "Común" más fiel a los papas: estaba entonces tan llena
de herejes que se la llamó, con una expresión que luego fue
lugar común, fovea hereticorum, cueva de los herejes.
(Pág 19)
|
|
(22) | El
movimiento de los Humillados es típicamente lombardo, y más
en concreto milanés. Eran trabajadores de la lana, y se mantenían
unidos por exigencias técnicas de su trabajo, y también y
sobre todo, por el deseo de consagrar su trabajo de tejedores con oraciones
comunes y con exhortaciones recíprocas, que tenían juntos
casados y solteros. Los beneficios obtenidos por su trabajo los ponían
en común, a ejemplo de lo que había hecho la primera comunidad
cristiana de Jerusalén (Hech 2, 42-47; 4, 32-35), con el fin de
que todos pudieran tener, con igualdad, lo necesario para vivir. No menos
interesante es este otro dato: que no producían tejidos caros, sino
sólo de calidad modesta (el tejido humillado), de color berettino,
es decir, natural, no teñido, que pudiera venderse a precio más
bajo, para poder salir al encuentro de las exigencias de los más
pobres. Recuperados en seguida por la Iglesia, formaron una verdadera comunidad
de trabajo, en la que los laicos mismos, en un primer momento, constituyeron
su jerarquía, mientras los sacerdotes se encargaban del cuidado
de las almas y de la administración de los scramentos, hasta que,
en los años iniciales del siglo XIII, el papa Incencio III los reorganizó
en una especie de orden religiosa, con una estructura típica y característica.
(Pág. 22). Inocencio III, en varias ocasiones y desde hacía
tiempo, había demostrado capacidad para comprender los fenómenos
populares, lo que es tanto más digno de constatarse, cuanto que
había recibido una educación cultural típicamente
"arcaica", o, digámoslo mejor, altomedieval, tal como aparece en
su De miseria humanae conditionis y De sacrificio missae. Sostuvo a los
Humillados milaneses, liberándolos de la sospecha, no siempre sin
fundamento, de herejía. Esta capacidad de comprensión de
los nuevos movimientos no le impidió, por otra parte, trabajar para
irlos introduciéndolos de manera precisa y orgánica en la
relidad institucional de la iglesia, mediante una inicial, progresiva y
continua "clericalización" de los mismos.
(Pág. 108)
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(23)
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El
gran fenómeno de masas suscitado por Roberto de Arbrissel, en Normandía,
contó, entre sus muchos y complejos elementos, con una tal afluencia
femenina, que provocó los severos reproches que podemos leer en
la carta que le dirigió Marbodo, obispo de Rennes, quien, sin medias
tintas, le hace ver las graves consecuencias que pueden derivarse del hecho
de que sus seguidores sean promiscuamente hombres y mujeres; inmediatamente
se le ocurre aquel tradicional dicho de que es difícil, si no imposible,
que la paja no arda si se acerca al fuego. Y, sin embargo, la presencia
concomitante de hombres y mujeres no cesó, a pesar de las inquietudes
de Marbodo y se dio inicio a la fundación del monasterio duplex
de Fontevrault.
(Pág. 151)
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(23b) | Ciertamente
hubo otro gesto humanamente exquisito y conmovedor en su simplicidad: escribió
a la dama romana que había prodigado sus atenciones con él,
Jacoba de Settesoli, pidiéndole que se diera prisa: Quiero
que sepas, carísima, que Cristo bendito me ha revelado por su gracia
que está muy próximo el término de mi vida. Así,
pues, si quieres encontrarme vivo, en cuanto recibas esta carta, ponte
en camino y ven a Santa María de los Angeles, porque, si no llegas
para tal día, no me encontrarás ya vivo. Y trae contigo paño
de cilicio para amortajar mi cuerpo y la cera necesaria para la sepultura.
Y no dejes de traerme, por favor, aquellas cosas de comer que me solías
dar cuando me hallaba enfermo en Roma (Ll
4). [...] La señora Jacoba llegó trayendo a Francisco todo
lo que le había pedido, especialmente el alimento, un dulce que
le gustaba mucho.
(Pág. 349s)
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(23c) | Lo que siguió pertenece,
en su conjunto, al triste desarrollo de todo evento funerario... Pero tuvo
lugar un hecho diferente, que basta por sí solo para dar a entender
cómo los conciudadanos, en la "fama pública", consideraban
vivos y válidos los lazos de afecto existentes entre Francisco y
Clara. Como ésa no había podido verle, cuando desde el palacio
del obispo era conducido a Santa María de los Angeles, al día
siguiente a su muerte, "todo
el pueblo de Asís, hombres y mujeres, y todo el clero -el obispo
Guido estaba de viaje-, tomando el cuerpo del santo del lugar en que había
fallecido y entonando himnos y alabanzas, con ramos de árboles en
las manos, le llevaron por voluntad divina, a San Damián, para que
se cumpliera la palabra que el Señor había pronunciado por
boca de su santo para consuelo de sus hijas y servidoras. Se quitó
la reja de hierro de la ventana, a través de la cual suelen comulgar
las hermanas y a veces escuchan la palabra de Dios; los hermanos tomaron
de la camilla el santo cuerpo y lo sostuvieron en sus brazos delante de
la ventana durante largo rato. La señora Clara y sus hermanas se
consolaron muy mucho viéndole, aunque derramaron abundantes lágrimas
y sintieron gran dolor, pues después de Dios era él, en este
mundo, su único consuelo" (LP 13)
(Pág. 353)
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(23d) | Desgraciadamente, se han
perdido las cartas que se intercambiaron y que habrían sido preciosas
para conocer la intimidad de dos almas de excepción, como lo habían
sido las que se cruzaron Abelardo y Eloísa o aquellas otras, no
menos interesantes, que Jordán de Sajonia, ministro general de los
Hermanos Predicadores, inmediato sucesor de santo Domingo, intercambió
con la bienaventurada Diana de los Andaló, en Bolonia.
(Pág. 162)
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(23e) | Com as suas delicadíssimas mãos envolveu Francisco na mortalha, que ela mesmo trouxera. | |
(24) | De
qué manera fue preparada y por quién y hasta qué punto
estuvo Francisco implicado en ella es difícil de precisar, si bien
la Vida de Clara nos decribe, con adornada y fina delicadeza, los hechos
esenciales. Era el domingo de Ramos de 1212, 18 de marzo... Durante la
noche tuvo lugar la decisión definitiva, probablemente anticipada,
aunque no improvisada, a causa de que su compañera habitual, Bona
de Guelfuccio, se encontraba entonces en Roma; la reemplazó, como
parece deducirse de las actas del proceso, una hermana de ésta,
Pacífica de Guelfuccio, si bien, en realidad, entre estas mujeres
hubo una verdadera y propia pequeña conspiraciónn, santa
si se quiere, pero concreta y real, si hemos de dar crédito al relato
de otra mujer de la casa de Clara, Cristina de Bernardo, de cuya sinceridad
no podemos dudar razonablemente. No se podía pensar en salir por
la puerta principal, por estar, tal vez, vigilada y cerrada con llave,
que no se podía conseguir. Fue necesario pensar en una de las puertas
secundarias, una de esas salidas de emergencia que no faltaban jamás
en una casa grande. Pero todas estaban atrancadas y, en este caso, con
maderos y piedras pesadas. Hubo que retirarlas y el biógrafo de
Clara precisa que fue necesaria una fuerza extraordinaria para poder abrirla.
De esta manera abandonó la casa, la ciudad y la familia, para dirigirse
a toda prisa a Santa María de la Porciúncula, que distaba
unos dos kilómetros de San Rufino.
(Pág 163s)
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(25)
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La
fascinación profunda, intensa, inolvidable que Francisco debio de
ejercer sobre ella, se desprende de un sueño que, al ser directamente
contado por la misma Clara, es un testimonio de valor excepcional, por
lo que lo transcribimos íntegramente: Contaba
también madonna Clara que una vez, en visión, le había
parecido que llevaba a san Francisco una vasija de agua caliente, con una
toalla para que se enjugara las manos. Ysubía por una alta escalera;
pero caminaba con tal agilidad como si anduviera por suelo llano. Y, cuando
llegó junto a san Francisco, el santo sacó de su seno una
tetilla y le dijo a la virgen Clara: "Ven, toma y mama". Y, cuando hubo
sorbido, el santo la animaba a chupar otra vez; y, al sorber, lo que de
allí tomaba era tan dulce y grato que no podía expresarlo
de ninguna manera. Y cuando se sació, la redondez o boca del pecho
de donde salía la leche quedó entre los labios de Clara;
y, al tomar ella en sus manos lo que se le había quedado en la boca,
le pareció un oro tan claro y brillante, que se veía toda
como si fuera en un espejo. (Proc
III, 29)
(Pág. 161)
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(26)
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Es
obvio pensar, aunque las fuentes nada digan de ello, que tuvo que existir
alguna complicidad por parte de los guardias colocados en las puertas de
la ciudad, pues estarían bien cerradas y la iglesia a la que se
dirigía estaba extramuros. "Corrió a Santa María de
la Porciúncula, donde los hermanos, que ante el pequeño altar
velaban la sagrada vigilia, recibieron con antorchas a la virgen Clara.
De inmediato, despojándose de las basuras de Babilonia, dio al mundo
libelo de repudio" (LCl 8). Realizando un gesto simbólico, para aquellos
tiempos decisivos y, en todo caso, dolorosamente grave, se desprendió
de su cabellera: Francisco en persona se la cortó, como informa
la bula de canonización; después, abandonó sus preciosos
vestidos y sus atuendos de dama noble para vestirse el tosco hábito
que llevaban los hermanos. De esta manera la pequeña iglesia de
Santa María, que había sido el lugar donde se reunieron e
iniciaron su andadura los hermanos, fue también el lugar en que
echó a andar la otra Orden que nacía bajo la inspiración
de Francisco. Una vez cortados los cabellos y vestido el hábito,
ante el altar y bajo la mirada de la santa Virgen, Clara tomó los
otros signos exteriores de penitencia, como el cordón con el que
se ciñó la cintura, comprometiéndose a ser una humilde
sierva de Cristo.
(Pág. 164)
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(27) | El
asunto de la residencia, aunque provisional, de Clara se resolvió,
no sin una prudente habilidad, con la acogida que le reservaron las benedictinas
de San Pablo, en Bastia, aproximadamente a cuatro kilómetros de
Asís, camino de Perusa.... Muy pronto -no sabemos si a causa del
conflicto familiar- Clara dejó el monasterio de San Pedro de Bastia,
para trasladarse a otro, también benedictino, el del Santo Angel
de Panzo, a sólo tres kilómetos de la ciudad, cerca del actual
eremitorio de Le Carceri; este monasterio estaba bajo la jurisdicción
del abad de San Pedro de Monte Subasio, quien con tanta benevolencia, muy
pocos años antes, había concedido a Francisco la pequeña
iglesia de la Porciúncula y el cobijo adjunto. (Añadido
en nota por el editor: Tanto el texto de la Leyenda de Santa Clara como
el Proceso de canonización no hablan de monasterio, sino de "iglesia
de Santo Angel de Panzo", con lo que pudiera darse a entender que no se
cambió un monasterio por otro, sino un monasterio por otra forma
de vida religiosa, tal vez por una comunidad de penitentes). (Pág.
164s)... [Un poco
más tarde] para dar a las dos nuevas "hermanas" de la comunidad
[su propia hermana Inés se le juntó en Santo Angel], a las
que pronto se unieron otras más de la misma casa Favarone, un lugar
estable y conveniente, Francisco las acomodó en San Damián,
a cuya restauración había contribuido él mismo a expensas
propias y con el propio trabajo, en la primera fase de su conversión,
cuando el crucifijo le había hablado... Hubo una circunstancia de
peso que contribuyó a confirmarlo en esta idea y hasta, tal vez,
lo empujó a ponerla en práctica: San Damián, contrariamente
a los otros dos monasterios, estaba bajo la jurisdicción del obispo
de Asís, aquel Guido que hemos encontrado en varias ocasiones,
que era hombre de gran energía y prestigio, decidido por encima
de todo a no permitir que nadie desdeñara su autoridad. Las pauperes
dominae de S. Damiano, como muy pronto se las llamó, podían
en adelante considerarse seguras y consagrarse a su vida de penitencia,
oración y trabajo.
(Pág 166)
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(28) | En
el marco de la ortodoxia, la persistente, y en ciertos aspectos insuperable,
desconfianza clerical puso un cierto freno a la incorporación más
activa de las mujeres en los movimientos de la época, por considerarlas
continuadoras de aquella que había introducido el pecado en el mundo,
Eva, y no obstante que luego María hubiera sido la madre del Redentor.
Se tiene, por ello, la impresión de que se puso un freno a una energía,
que se liberó plenamente en los movimientos heréticos, valdense
y cátaro. Para Valdo, la aspiración a la pobreza, la renuncia
a los bienes propios y la tarea de la predicación en nombre del
evangelio no podían negarse a nadie, y, por consiguiente, tampoco
a las mujeres que, ya desde los inicios de la herejía, estaban en
pie de igualdad con los hombres... La mujer no era menos importante para
los cátaros, para quienes no existía diferencia esencial
alguna respecto a la función carismática: también
la mujer podía ser admitida al rito del consolamentum y podía
participar en él, si bien tomando precauciones particulares para
evitar todo contacto físico entre hombres y mujeres.... En lo referente
a Italia, la participación de las mujeres se había mantenido
viva, por doquier y siempre, en todos los movimientos religiosos, desde
los grupos patarinos de Milán y Florencia, hasta los numerosos grupúsculos
locales. La presencia femenina fue especialmente importante y activa entre
los Humillados, entre los que las había casadas, a una con sus maridos,
y las había también continentes. Parece cierto que sobre
ellas pesaba el mismo trabajo, largo, duro y sin beneficio económico
que no fuese común... (Pág. 153). Los distintos predicadores
itinerantes y el mismo Valdo eran personas que en su mente tenían
claro lo que querían, y lo llevaban a cabo presentándolo
a los demás en la predicación, contando o sin contar con
el consentimiento del obispo y del clero del lugar. Hacían una llamada
a la que las gentes, entre ellas, por supuesto, también las
mujeres, podían responder o no. Y respondían.
(Pág. 155)
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(28b) | ...debió inducir a Francisco a renunciar, si bien sólo en parte, a un evangelismo total y global en lo que se refiere a las mujeres, obligándolas a permanecer encerradas dentro de los muros de un monasterio y asegurándoles una forma de vida substancialmente contemplativa, aunque asociadas a los hermanos en la obligación común de trabajar y ser pobres tal como había querido y propuesto a sus seguidores... Francisco debió de llegar bastante pronto a estas medidas tradicionales
(Pág. 155)
Puesto que así os parece a vosotros, también me lo parece a mí. Mas, para que le sirva a ella de mayor consuelo, quiero que tengamos esta comida en Santa María de los Angeles, ya que lleva mucho tiempo encerrada en San Damián, y tendrá gusto en volver a ver este lugar de Santa María, donde le fue cortado el cabello y donde fue hecha esposa de Jesucristo. Aquí comeremos juntos en el nombre de Dios |
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(29) | "Pero
como era devoto de la Santísima Trinidad se quiso confirmar con
un triple testimonio, abriendo el libro segunda y tercera vez" (TC 28-29).
(Pág. 88)
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(30) | Expresión de despedida que se encuentra en la carta de Clara a Ermentrudis. |